¿Es necesario y posible limitar la libertad de creación artística? Esta es la cuestión del momento en Japón, y suscita un apasionado debate. Algunos piensan que sí y la primera víctima ha sido el cineasta Masao Adachi. Su película sobre el asesino del primer ministro Shinzo Abe ha sido retirada de los cines.
Es algo sin precedentes en Japón. Una película apenas estrenada, salió el pasado 27 de septiembre, se ha quitado de la cartelera. Se trata de Revolución + 1, una película biográfica sobre la vida de Tetsuya Yamagami, el hombre que asesinó al ex primer ministro Shinzo Abe a principios de julio. Yamagami acusó al político de estar vinculado con el grupo Moon, una secta que arruinó a la familia del hombre porque su madre, seguidora durante treinta años, le hizo donaciones exorbitantes.
El director Masao Adachi optó por recorrer el camino de Tetsuya Yamagami y el doble calvario que sufrió, el adoctrinamiento y el sobreendeudamiento: “Lo que me interesaba era entender qué le llevó a ese extremo: ¿cómo pudo sentirse acorralado hasta llegar a ese punto? Y luego, también, plantear una pregunta: ¿qué clase de sociedad es ésta que no es capaz de prevenir tales excesos asesinos?”.
Retirada de los cines
Políticamente, Masao Adachi está en la extrema izquierda. Encarna la izquierda ultra radical e incluso revolucionaria, lo que le valió una larga estancia en prisión por ser miembro del Ejército Rojo Japonés, el grupo terrorista que, en los años 70 y 80, perpetró atentados en todo el mundo. Y su película desató una tormenta en las redes sociales: “Un terrorista glorificando a otro terrorista… ¡La libertad creativa tiene sus límites!”, se podía leer en Twitter.
En las redes sociales se publicaron millones de comentarios indignados pidiendo que se prohibiera la película. El clamor fue tan grande que, al cabo de tres días, los cines la cancelaron por miedo a los incidentes tras recibir miles de llamadas telefónicas y correos electrónicos insultantes e incluso amenazantes.
Temas difíciles de tratar
En Japón, es habitual que se critique a los cineastas por “ir demasiado lejos” en su libertad creativa. Hace unos años, dos documentales -uno chino y otro estadounidense- fueron objeto de denuncias judiciales, manifestaciones y llamamientos al boicot en Tokio y en todo el país. Trataban de los crímenes de guerra japoneses cometidos en China o Corea en las décadas de 1930 y 1940.
En 2006, la película japonesa Confesiones de un perro tuvo cierto éxito en el extranjero, pero fue prohibida en Japón. Durante tres años, el tiempo que tardó el director en encontrar un distribuidor, toda la industria boicoteó su película que denunciaba la corrupción y la violencia en las fuerzas policiales.
Cuatro años después, el documental estadounidense The Bay of Shame (La bahía de la vergüenza) ganó un Oscar, pero también tuvo grandes problemas de distribución y exhibición en el archipiélago. Se trataba de la caza de delfines (en Japón se sacrifican varios miles de estos cetáceos cada año).