Los recuerdos conforman nuestra identidad. El problema es que muchos son falsos. ¿Cómo podemos saber lo que es real?
Yo tenía once años cuando se produjeron los atentados del 11 de septiembre de 2001. Recuerdo perfectamente que aquel día volvía del colegio a casa con mi abuela, en el Reino Unido. Pasamos por delante de una tienda que vendía televisores que daban a la calle a través de un gran escaparate. Nos quedamos allí un rato, junto a un nutrido grupo de desconocidos, viendo en directo cómo se desarrollaban los atentados en las noticias. Otras personas parecían conmocionadas o lloraban, yo me sentía tranquilo.
El problema es que este recuerdo es falso. En nuestro pueblo no había tiendas de televisión y mi abuela nunca me acompañaba a casa desde el colegio, vivía demasiado lejos. Según explica Gerald Echterhoff, psicólogo social especializado en memoria de la Universidad de Münster, en Alemania, tener recuerdos falsos es muy normal: todos estamos construidos a partir de recuerdos reales y falsos.
“Los recuerdos se construyen dinámicamente. Son susceptibles de sufrir influencias sociales o de alterar inadvertidamente [nuestros] propios recuerdos”, afirma Echterhoff.
Es probable que esta idea de encontrarme delante de un televisor la haya adquirido viendo películas de catástrofes o tal vez a partir de historias de otras personas. Nos decimos a nosotros mismos que somos nuestros recuerdos. Nos aferramos a los recuerdos para entender nuestro pasado y construir una narrativa de nuestras vidas, comparándolas con los recuerdos de otras personas. Pero, si muchos de nuestros recuerdos son falsos o los hemos olvidado, ¿cómo sabemos quiénes somos realmente, cuál es nuestra
¿Cómo se almacena un recuerdo en el cerebro?
Las investigaciones científicas demuestran que los recuerdos están integrados en la estructura del cerebro, que los almacena físicamente en forma de conexiones neuronales, sobre todo en las regiones cerebrales del hipocampo o la amígdala.
Los nuevos recuerdos se forman cuando las neuronas crean nuevas sinapsis con otras neuronas, construyendo una malla de conexiones neuronales. Los recuerdos necesitan un mantenimiento activo para perdurar. Recordar algo refuerza las conexiones entre las neuronas.
Luego está el acto de olvidar. El olvido es un acto de “poda” de las conexiones entre neuronas. Tendemos a rellenar huecos en la memoria con lo que nos han contado otras personas.
El problema es que hay falsos recuerdos que se almacenan en el cerebro exactamente igual que nuestros recuerdos reales. Lo mismo ocurre con la información sesgada. Investigadores y psicólogos han intentado diferenciar la realidad de la falsedad, pero aún no han diseñado una “receta” perfectamente fiable para distinguir los recuerdos precisos de los inexactos, afirma Echterhoff.
El caso Paul Ingram: cuando los falsos recuerdos dan miedo
En 1988, Paul Ingram fue detenido por la Policía del estado de Washington, en Estados Unidos, acusado por sus dos hijas de abusos sexuales y actos de sacrificio.
Ingram aseguraba no recordar ninguno de los hechos denunciados, por lo que inicialmente negó los cargos. La Policía tampoco encontró pruebas físicas de los supuestos abusos ni de los sacrificios rituales. Pero Ingram empezó a dudar de su impoluta memoria, diciendo: “Mis hijas me conocen. No mentirían sobre algo así”.
Ingram, un hombre profundamente religioso, rezó pidiendo orientación y empezó a imaginar cómo sería abusar de sus hijas. Durante su interrogatorio, un psicólogo le dijo que era habitual que los agresores sexuales reprimieran el recuerdo de sus delitos. El psicólogo ayudó a guiar la imaginación y el “recuerdo” de Ingram de abusar de sus hijas, y el acusado creyó que Dios le revelaba la verdad.
Finalmente, Ingram se declaró culpable de los cargos, e incluso los detalló durante el juicio, lo que llevó a Ingram a tener “recuerdos” de haber realizado sacrificios satánicos y rituales de animales y bebés. Fue condenado a 20 años de prisión.