Los serios problemas que arrastra el sistema de salud, no han sido manifestados solo en los pacientes de COVID-19, sino también en la falta de atención a quienes han atravesado el encierro y el aislamiento durante la pandemia: los niños.
Ían Mendoza es un niño, que, como muchos otros, tuvo que adaptarse a la pandemia. “Hubo cambios para conciliar su sueño, dormíamos tarde, se levantaban tarde. Psicológica y emocionalmente, para la edad que tiene él, no ha crecido”, dijo su mamá, Karen Ugarte.
Según estudios previos como el de la facultad de Salud Pública de Harvard en el 2020, los niños eran los menos afectados por el contagio de la COVID-19 y por ello es que han sido invisibilizados.
“Lo peor de la pandemia fue limitarnos el movimiento. Algunos padres encerraron totalmente a sus niños al principio y cortaron de raíz la comunicación con otros niños por el miedo. El niño no lo entiende, pero sí lo siente. Los niños entraron en depresión por falta de estímulos”, externó el médico psiquiatra, Teobaldo Llosa.
“Me sentía aburrido por no hacer nada, no había con quien jugar porque todos mis amigos vivían lejos, sólo había uno que vivía en mi barrio”, expresó Ían. Estos nuevos tiempos obligan a las familias a adaptarse a la nueva normalidad y a mejorar la relación con cada uno de los integrantes, pues con la pandemia, el trabajo en casa ayudó a las familias a mantenerse cerca.
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