Cada invierno, estos gigantes marinos llegan desde Alaska para aparearse y dar a luz en aguas cálidas
Por Georgina Martínez
Mazatlán, Sinaloa | Viajan desde Alaska casi 5,000 kilómetros para aparearse y tener a sus crías en las aguas cálidas de Mazatlán.
Los machos, con sus cantos románticos, tratan de enamorar a las hembras. Los más fuertes y llamativos logran impresionarlas, incluso con sus saltos acrobáticos fuera del mar.
Estos gigantes, pesados y aparentemente toscos, nos muestran la belleza del mar y sus misterios.
En marzo culmina esta visita que inicia a mediados de noviembre, cuando las ballenas jorobadas llegan al puerto. Han consumido suficiente alimento para tener la energía que les permitirá sobrevivir durante estos meses.
Los machos pueden llegar a medir 15 metros, mientras que las hembras alcanzan hasta 19. Su periodo de gestación dura entre 10 y 12 meses, y pueden tardar de 2 a 4 años en volver a reproducirse.
Acompañados por un equipo de oceanólogos y guías del Museo Nacional de la Ballena Mumba en Mazatlán, zarpamos en una lancha rápida mar adentro. A lo lejos, el puerto, sus islas y la línea de hoteles quedaban atrás hasta perderse en el horizonte.
Cuando alrededor sólo quedaba un azul inmenso que se fundía con el cielo, a 23 kilómetros mar adentro, dejamos atrás incluso un barco camaronero. Una línea de mantarrayas nos dio la bienvenida con sus saltos, seguidas por uno que otro delfín curioso que saludaba. Una vieja y solitaria tortuga golfina flotaba en el agua, como si tomara el sol a ratos.
De pronto, los motores se apagaron para no perturbar el ritual amoroso de las ballenas que aparecieron. Vimos sus dorsos oscuros y sus colas o aletas caudales, que funcionan como huellas digitales. Gracias a ellas, pueden identificarse mediante registros fotográficos y así conocer sus recorridos.
Se sumergían, dejando una estela única en el agua. Luego resoplaban, y maravillados las observamos nadar y jugar. Ante nosotros, la presencia de la naturaleza aferrándose a la vida: el milagro de una migración larga desde las frías aguas del Pacífico Norte hasta nuestro Pacífico cálido, cómplice de sus amores.
Ballenas mazatlecas que nos visitan, aunque a veces mueren atrapadas en redes de pesca sin poder salir a respirar. Ballenas que aún juegan y respiran, a pesar de la contaminación del mar. Ballenas que sobreviven.
Ballenas que, en su memoria genética, llevan la ruta para regresar cada invierno a nuestras aguas. Ballenas que nos invitan a respetar su entorno y a reflexionar sobre lo pequeños que somos ante la inmensidad del mar.
Ballenas nuestras. Ballenas de Mazatlán.