A través de la oscuridad, la ceniza y el calor mortal, un diminuto animal peludo se escabulle por el paisaje infernal que dejó el peor día para los seres vivos en la historia de la Tierra.
Rebusca entre los escombros, agarra un insecto para comer y se escabulle de regreso a su refugio. A su alrededor están los cuerpos muertos y moribundos de los dinosaurios que han aterrorizado a los mamíferos durante generaciones.
Estas fueron las primeras semanas y meses después de que un asteroide de 10 km de ancho chocara contra la costa del actual México con la fuerza de más de mil millones de bombas nucleares, poniendo fin al Cretácico de manera espectacular.
En los albores de la era que siguió, el Paleoceno, los bosques estaban en llamas, las costas se vieron sacudidas por tsunamis y grandes cantidades de roca vaporizada, cenizas y polvo se elevaban kilómetros hacia la atmósfera.
Pero este mundo no estaba desprovisto de vida. Entre los supervivientes estaba el primate más antiguo conocido, el Purgatorius, que parecía un cruce entre una musaraña y una ardilla diminuta.
Seguramente el número de estos animales dimisnuyó en medio de esta catástrofe global, pero la especie sobrevivió.
Así era la vida de los primeros mamíferos poco después de que el asteroide golpeara y extinguiera tres cuartas partes de las especies vivas de la Tierra.
Solo la Gran Mortandad, hace 252 millones de años, fue más mortífera (aunque menos repentina), al acabar con el 95 % de la vida en los océanos y el 70 % de la terrestre.
El asteroide que acabó con el Cretácico se llevó consigo famosos dinosaurios como el Tiranosaurio y el Triceratops, así como criaturas menos conocidas pero extrañas como el Anzu o “pollo del infierno”.
Había dinosaurios con pico de pato, dinosaurios de cuello largo y dinosaurios con armaduras por todo el cuerpo. Rápidamente, todos murieron.
A la sombra de estos reyes y reinas del Cretácico superior, los mamíferos como el Purgatorius eran pequeños y rudimentarios, muchos de ellos llenando los tipos de nichos ecológicos que hoy ocupan los roedores.
¿Cómo fue que este grupo diverso de criaturas aparentemente vulnerables, incluidos nuestros antepasados, sobrevivieron al día del juicio final?
Es una pregunta que Steve Brusatte, autor de The Rise and Reign of the Mammals (El ascenso y reinado de los mamíferos) y sus colegas de la Universidad de Edimburgo han estado investigando.
Algo que Brusatte enfatiza es que el día que golpeó el asteroide fue un día muy malo para cualquier cosa que estuviera viva, incluidos los mamíferos, las aves (los dinosaurios aviares) y los reptiles.
“Este no fue un asteroide normal, fue el asteroide más grande que ha golpeado la Tierra en al menos los últimos 500 millones de años”, dice Brusatte. “Los mamíferos estuvieron a punto de seguir el camino de los dinosaurios”.
Había mucho que perder. Ya en el Cretácico superior había una diversidad sorprendentemente rica de mamíferos, dice Sarah Shelley, investigadora postdoctoral en paleontología de mamíferos en Edimburgo.
“Muchos de ellos eran estas pequeñas cosas insectívoras que estaban en los árboles o excavando”, explica.
Sin embargo, no todos eran comedores de insectos. Estaban los misteriosos multituberculados, llamados así por los peculiares nódulos en sus dientes.
“Tienen estos dientes en bloque con muchas protuberancias en ellos, y delante tenían un diente con forma de cuchilla. Casi parece una sierra”, señala Shelley. “Solían comer frutas, nueces y semillas”.
También había carnívoros: uno de los más grandes de la época era el Didelphodon, un pariente marsupial que pesaba alrededor de 5 kg, casi del tamaño de un gato doméstico.
“Por su cráneo y anatomía dental, tenía una mordida realmente poderosa, por lo que definitivamente es carnívoro. Posiblemente trituraba huesos”, dice Shelley.
Gran parte de esta diversidad se perdió cuando el asteroide golpeó: alrededor de nueve de cada 10 especies de mamíferos se extinguieron, según Brusatte, lo que brindó una oportunidad sin precedentes para los sobrevivientes.
“Imagina que eres uno de nuestros diminutos ancestros, del tamaño de un ratón, una pequeña cosa mansa que se esconde en las sombras, y soportas este momento de la historia de la Tierra”, explica Brusatte.
“Sales por el otro lado y, de repente, los dinosaurios desaparecen y el mundo se abre”.
Esta extinción masiva sentó las bases para una gran profusión de diversificación que finalmente dio lugar a ballenas azules, guepardos, lirones, ornitorrincos y, por supuesto, a nosotros.
Pero primero, hay un pequeño problema: los bosques del mundo habían sido arrasados por incendios y el cielo estaba lleno de ceniza, lo que ahogaba la luz del Sol e impedía que las plantas llevaran a cabo la fotosíntesis.
Los ecosistemas se estaban derrumbando “como castillos de naipes”, como dice Brusatte. La superficie de la Tierra se calentó más que un horno en un torbellino de pulsos de calor y después de eso, llegó un invierno nuclear en el que las temperaturas promedio cayeron 20°C durante más de 30 años.
Muchos de los depredadores más peligrosos de los mamíferos habían desaparecido, pero el mundo se había vuelto inimaginablemente hostil a la vida.
Entonces, ¿qué hicieron los mamíferos?
Quédate pequeño
Los modestos tamaños corporales de los mamíferos, previamente limitados por la competencia y la depredación de los dinosaurios, se convirtieron en una ventaja para la “fauna del desastre”, como se conoce a los sobrevivientes del asteroide.
“Estos mamíferos probablemente se veían y actuaban como un ratón o una rata”, dice Brusatte.
“Ahora, en este nuevo y valiente mundo, proliferaban porque se adaptaban muy bien a esas condiciones realmente catastróficas justo después del impacto”.
Ser pequeño puede haber ayudado a los animales a reponer su número. En los animales modernos, “cuanto más grande es el animal, más largo será el tiempo de gestación”, explica Ornella Bertrand, investigadora postdoctoral en paleontología de mamíferos en la Universidad de Edimburgo.
Por ejemplo, el elefante africano se gesta durante 22 meses, mientras que el embarazo de un ratón dura alrededor de 20 días.
Frente al apocalipsis, el ratón tiene mejores probabilidades de mantener su población.
Además de la gestación, un cuerpo más grande suele tardar más en alcanzar la madurez sexual, otra razón por la que los dinosaurios no tuvieron éxito, especialmente los más grandes.
“Les tomaba bastante tiempo convertirse en adultos. Para uno como el T-Rex, se necesitaban alrededor de 20 años”, señala Brusatte.
“No es que no crecieran rápido, es solo que muchos de ellos eran tan grandes que les tomaba mucho tiempo pasar de una pequeña cría a un adulto”.
Métete bajo tierra
Otro indicio de cómo los mamíferos sobrevivieron a las secuelas del asteroide surge de las formas corporales “tan extrañas” que se observaron en el Paleoceno y más allá.
Shelley analizó los huesos del tobillo (huesos pequeños, duros y densos que se conservan bien) para ver cuán similares eran entre sí los mamíferos del Paleoceno temprano y los mamíferos vivos en la actualidad.
“Descubrimos que los mamíferos del Paleoceno eran raros. Eran diferentes a los mamíferos modernos”, dice Shelley. “Y lo que los une es el hecho de que tienen estas morfologías realmente gruesas y robustas”.
Estos mamíferos tienen grandes inserciones musculares y generalmente huesos fuertes, y entre los animales vivos tienen mayor similitud con las especies que habitan en el suelo y excavan madrigueras, dice Shelley.
“Entonces, la hipótesis que surgió de aquí fue que los animales que sobrevivieron a la extinción lo lograron principalmente porque pudieron excavar para meterse bajo tierra para sobrevivir el período inmediato al impacto y los incendios, el invierno nuclear”.
Debido a que los sobrevivientes eran, no hay otra forma de decirlo, musculosos, sus descendientes también heredaron su forma corporal robusta.
“Puedes verlo durante ese período de 10 millones de años durante el Paleoceno”, indica Shelley. “Incluso para ser un animal que vive en los árboles, siguen siendo muy fornidos”.
Si los mamíferos realmente adoptaron la vida bajo tierra, ya sea escondiéndose o haciendo uso de los refugios subterráneos de otros, Bertrand sospecha que esto también podría reflejarse en su agilidad, o en la falta de ella.
“Sabemos que hubo un colapso del bosque y que todos esos animales que vivían en los árboles ya no tenían un hábitat”, explica.
“Entonces, una de las hipótesis sería que había menos animales capaces de comportarse de forma muy ágil”.
Bertrand planea investigar los huesos del oído interno de los mamíferos de esta era para ver si apoyan la idea de una vida subterránea después del asteroide.
El oído interno es crucial para el equilibrio, por lo que si un animal está adaptado para hacer movimientos ágiles y afinados, esto a veces se refleja en la estructura de estos delicados huesos.
Sin embargo, si fueron excavadores corpulentos, tal agilidad no habría sido necesaria. “Podría darnos más pistas”, dice.
Dicho eso, apunta a los inconvenientes de depender demasiado de los huesos para inferir cómo se movía un animal, algo que la sorprendió mientras miraba unas recientes competencias atléticas.
“Estaba viendo a las gimnastas haciendo cosas locas y pensé, ‘qué curioso, tenemos el mismo esqueleto y yo no puedo hacer nada de eso'”, se ríe Bertrand.
“Pensé, bueno, eso es realmente interesante porque tal vez tener esa capacidad puede ayudarte a sobrevivir, pero por los huesos no lo sabrías”.
Come cualquier cosa
El asteroide destruyó la mayoría de las plantas vivas, el primer eslabón de muchas cadenas alimenticias en la tierra.
Los mamíferos generalistas que tenían la capacidad de convertir sus paladares en cualquier cosa tuvieron más éxito que aquellos con dietas más específicas.
“Los animales que superaron la extinción sobrevivieron básicamente por no estar demasiado especializados”, indica Shelley.
Por ejemplo, el Didelphodon (el pariente marsupial carnívoro del tamaño de un gato) se alimentaba de animales que eran pocos y distantes entre sí después de la extinción.
“Se especializó demasiado y perdió su nicho”, afirma Shelley. “En cambio si eres un animal pequeño puedes adaptar tu dieta y tu estilo de vida más rápidamente. Esa es una buena manera de sobrevivir a la extinción”.
Además de aquellos que pudieron generalizarse, había unas pocas especialidades que habrían funcionado bien, dice Brusatte.
En particular, los comedores de semillas fueron afortunados. “Las semillas eran un banco de alimentos que estaba disponible para cualquier animal que ya tuviera la capacidad de comerlas”, señala.
“Entonces, si eras algo así como un T.-Rex, no tenías suerte. La evolución no te otorgó la capacidad de comer semillas. Pero para las aves con pico y algunos mamíferos que eran comedores de semillas especializados, ¡qué suerte del destino! ¿no crees?”.
Además de sustentar a la fauna del desastre, las semillas ayudaron a restablecer los bosques y otra vegetación cuando se desvaneció el invierno nuclear.
“Esas semillas sobrevivieron en el suelo y luego, cuando la luz del Sol regresó, esas semillas comenzaron a crecer”, asegura Brusatte.
No pienses demasiado
A medida que avanzaba el Paleoceno, los ecosistemas se recuperaron y los mamíferos comenzaron a llenar los nichos que dejaron vacíos los dinosaurios no aviares.
“Los mamíferos comenzaron a diversificarse inmediatamente después de que los dinosaurios se extinguieran y comenzaron a volverse muy diversos en todas las formas posibles”, dice Bertrand.
Por un lado, los cuerpos se hicieron más grandes rápidamente. Pero durante un tiempo, el equipo de Edimburgo descubrió que el tamaño de los cerebros de los mamíferos no siguió ese ritmo.
“Creo que eso es muy importante, porque podríamos pensar que la inteligencia es lo que nos hace sobrevivir y ser tan capaces de dominar el planeta”, afirma Bertrand. “Pero, según los datos disponibles, no son los grandes cerebros los que hicieron que los animales sobrevivieran después del asteroide”.
Imágenes e información brindadas por https://www.bbc.com/mundo