Esta semana, un periódico ruso, Moskovsky Komsomolets, concluyó: “Vladimir Putin no tiene dónde retirarse. Por lo tanto, seguirá atacando”.
Acto seguido: la controvertida ceremonia de firma frente a parlamentarios, senadores y funcionarios en el Salón San Jorge del Palacio del Kremlin.
La decisión de Putin de anexar los cuatro territorios ucranianos de Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk (“incorporar” en la jerga del Kremlin) es la última ofensiva del presidente ruso en su batalla con Ucrania y Occidente.
A través de la anexión, el Kremlin está tratando de cambiar los hechos sobre el terreno (en un momento en que Rusia ha estado perdiendo terreno en Ucrania).
Aumenta considerablemente las apuestas en el enfrentamiento del presidente con Ucrania y el mundo occidental.
El evento del Kremlin fue cuidadosamente coreografiado para lograr el máximo efecto patriótico: muchos aplausos para el presidente por parte de la audiencia invitada; una conmovedora interpretación del himno nacional; y Putin y los cuatro administradores designados por el Kremlin de los territorios anexados dándose la mano y coreando “¡Rusia! ¡Rusia!”, junto con todos en el salón.
Pero declarar “esta es mi tierra ahora” no lo convierte en una realidad. Especialmente a la luz de los llamados “referendos” en los territorios ocupados, que no fueron referendos reales en absoluto.