Es una revolución genética que se remonta a la Edad de Bronce en Europa. Hace 4.500 años, el sistema inmunológico humano empezó a mutar para resistir mejor una propagación de enfermedades infecciosas, en detrimento de la protección contra otras patologías.
Un estudio publicado el viernes describe la evolución de las mutaciones genéticas durante los últimos 10.000 años, es decir, desde el período neolítico en que los cazadores-recolectores abandonaron su modo de vida nómada para desarrollar la agricultura y la ganadería.
Los científicos analizaron el ADN de 2.300 individuos europeos encontrados durante diversas excavaciones arqueológicas, que había sido almacenado en una base de datos.
Combinaron estas muestras con 500 genomas modernos y desarrollaron un método para detectar y fechar variaciones genéticas ocurridas con el tiempo.
Un enfoque basado en la paleogenética, disciplina que con la que el biólogo sueco Svante Pääbo ganó el Premio Nobel de Medicina 2022.
De los cientos de miles de mutaciones extraídas, encontraron algunas que son «ventajosas para combatir las infecciones».
Estas mutaciones se localizan en 89 genes, explica a la AFP Lluís Quintana-Murci, director del estudio publicado en la revista Cells Genomics.
Para su «gran sorpresa», los científicos descubrieron una frecuencia creciente de estos 89 genes, implicados en nuestra respuesta inmunitaria contra los patógenos, añade este profesor del Instituto Pasteur y del Collège de France, en Francia.
Se trata, por ejemplo, de los genes OAS que actúan sobre las funciones antivirales o del gen responsable de los grupos sanguíneos ABO, precisó el Instituto Pasteur en un comunicado.
Estas mutaciones ventajosas para nuestra supervivencia se fueron acentuando, gracias a una selección «positiva» de adaptación del ser humano al medio ambiente.
Un precio que pagar
«También conseguimos fechar a partir de cuándo se hicieron ventajosas, es decir, en los últimos 4.500 años, a partir de la Edad del Bronce», indica el profesor Quintana-Murci.
Al mismo tiempo se producía «la llegada de la gran migración procedente de las estepas de Asia Central, la de los pueblos de cultura Yamna que habrían traído las lenguas indoeuropeas y de las que todos los europeos llevan hoy huellas genéticas», relata este genetista de poblaciones.
Esta migración dio lugar a un crecimiento importante de la población europea y proporcionó un terreno fértil para la propagación de microbios patógenos.
El estudio descarta nuevos patógenos traídos por los pueblos yamna. «Las mutaciones genéticas ya estaban allí antes de esta migración […] Es con el crecimiento demográfico que se volvieron ventajosas para combatir las infecciones», precisa el autor.
Pero había un «precio que pagar». Mientras aumentaba la protección contra las enfermedades infecciosas, estas mismas mutaciones hacían que los humanos se volvieran «cada vez más vulnerables» a las enfermedades autoinmunes, como la enfermedad de Crohn, el lupus o la artritis reumatoide, así como a las enfermedades inflamatorias.
Patologías que matan mucho menos que las enfermedades infecciosas, lo que explicaría la adaptación del sistema inmunológico al peligro más grave.
«Sabíamos que nuestro sistema se había vuelto menos resistente a las enfermedades autoinmunes e inflamatorias, pero no sabíamos que se remontaba a los comienzos de la Edad de Bronce», subraya Quintana-Murci.
Esto refuta la hipótesis higiénica, según la cual es la llegada de las vacunas y de los antibióticos en el siglo XX la que habría favorecido el desarrollo de las enfermedades autoinmunes e inflamatorias, frente a la disminución de la prevalencia de las enfermedades infecciosas.
A falta de muestras suficientes en otros continentes, aparte de Europa, los autores del estudio no han podido averiguar si en todo el mundo se produjo la misma evolución.
Pero su descubrimiento ser útil para la investigación médica, y dar lugar a la aparición de terapias enfocadas a determinados genes.
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