El Papa Francisco cumple el lunes diez años de un pontificado marcado por su popularidad entre los fieles y por la feroz resistencia en la Iglesia Católica a su voluntad de reformas, aunque estas no cuestionen los pilares doctrinarios.
Apenas elegido papa, el 13 de marzo de 2013, el cardenal argentino Jorge Bergoglio mostró su deseo de ruptura saliendo al balcón de la basílica de San Pedro sin ningún ornamento litúrgico.
Este jesuita sonriente y de hablar franco contrastaba fuertemente con el tímido Benedicto, que había renunciado a su cargo.
Y tenía probablemente ya en mente su programa: la reforma de la Curia (el gobierno de la Santa Sede), corroída por la inercia, y el saneamiento de las dudosas finanzas del Vaticano.
“Periferias”
También fustiga los conflictos que devastan el planeta. Aunque sin resultados evidentes, como muestran sus llamamientos a poner fin a la guerra de Ucrania.
“El papa introdujo en la Iglesia asuntos centrales de las democracias occidentales, como el medio ambiente, la educación, el derecho”, subraya igualmente Roberto Regoli, profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Pero su figura rezando bajo la tempestad en la plaza de San Pedro desierta por la pandemia ilustró como pocas la necesidad de repensar la economía mundial.
Este pastor incansable, pese a sus 86 años y a su frágil estado de salud que lo obligan a andar en silla de ruedas, siguen privilegiando las misiones en las “periferias” de Europa oriental o de África.
En esta década ‘bergogliana’ la Iglesia Católica desarrolló también el diálogo interreligioso, sobre todo con el Islam.
Mantuvo también un encuentro histórico en 2016 con el patriarca ortodoxo ruso Kirill, pero ese acercamiento se interrumpió por el apoyo de esa Iglesia cristiana a la invasión rusa de Ucrania.
Para enfrentar los escándalos de abusos sexuales de menores por religiosos, Francisco abolió el “secreto pontificio” en el cual se escudaban las autoridades eclesiásticas para no comunicar esos actos. Un gesto importante, aunque insuficiente para las asociaciones de víctimas.
Luchas de poder
Francisco trajo aires nuevos a Roma: prefirió vivir en un sobrio apartamento, desdeñando el fastuoso Palacio Apostólico, e invita con frecuencia a su mesa a personas sin hogar o a presidiarios. Un estilo que le valió también críticas de sectores que ven en él una desacralización de sus funciones.
El primer papa latinoamericano de la Historia sigue movilizando a los feligreses en el extranjero, pero también hay quienes le reprochan un ejercicio demasiado personal de su autoridad sobre 1.300 millones de católicos.
“Francisco mostró un autoritarismo al cual la Curia se había desacostumbrado hacía tiempo. Y eso puede irritar”, dijo a la AFP un alto diplomático en Roma.
Y la oposición de los sectores más conservadores de la Iglesia es más viva que nunca, pese a la desaparición de dos de sus principales representantes: Benedicto XVI, fallecido en diciembre, y el cardenal australiano George Pell.
La Iglesia se interroga ahora sobre quién será el sucesor de Francisco.
“Las verdaderas maniobras para el cónclave ya se iniciaron. No son maniobras sobre nombres, sino sobre la plataforma ideológica del futuro pontificado”, afirma Politi.
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