Desde que los talibanes llegaron al poder hace un año, la condición de las mujeres en el país no ha hecho más que empeorar. Privadas de trabajo y de escuelas, las mujeres de Afganistán están pagando un alto precio por el cambio de gobierno. Afganistán es uno de los pocos países donde la tasa de suicidio de las mujeres es más alta que la de los hombres, disparándose en el último año en todo el país.
En una consulta médica de Herat, en el oeste de Afganistán, Nafisa*, que fue profesora hasta el año pasado, visita por cuarta vez a Alí, un psicólogo. Es una de las muchas mujeres que han tenido que dejar su trabajo desde que los talibanes tomaron el país. “Esta situación es terrible”, dice, estrujando las manos. “Estoy esperando la próxima guerra, ¿sabe?”.
Desde el “cambio de situación”, como dicen los afganos, la joven de 23 años no ha sido la misma. “Tengo miedo, sudo por todas partes, estoy constantemente estresada. Me siento como una loca. Siempre tengo miedo de que alguien venga a hacerme daño. Nos mudamos, tiré mis tarjetas SIM”, confiesa. Lo que describe es algo que experimenta a diario.
“He roto todos los lazos que tenía con mis colegas, me siento aislada. Creo que estamos empujadas al suicidio si no aceptamos esta situación. Si no tengo posibilidad de salir del país, mi única opción es morir”, dice.
Destinos rotos
Cada vez más mujeres tienen estos pensamientos suicidas. Fátima tiene 15 años y ya ha intentado acabar con su vida dos veces. “Las escuelas han cerrado para las niñas. Desde entonces, me siento como si estuviera en la cárcel, me siento oprimida”, dice. “Tengo miedo y pienso en cosas terribles, me preocupa mi vida, mi futuro. Si no puedo irme lejos de aquí, tengo ganas de suicidarme”, dice, con voz frágil. “A veces tengo ganas de lanzarme bajo las ruedas de un coche”, asegura.
Sin poder ir a la escuela, ya no ve a sus amigos, ya no puede compartir sus sentimientos, dice a RFI. “Las chicas no tenemos esperanza, porque no tenemos ningún papel en la sociedad. Por desgracia, las mujeres en Afganistán no tienen ningún valor”, agrega.
Fátima quería ser jueza. Pero ahora no tiene ninguna esperanza de que su sueño se haga realidad.
Fariba, su madre de 41 años, teme por su hija, sobre todo porque comprende la situación en la que se encuentra.
“Bajo el régimen anterior, las mujeres no tenían miedo. Pero recuerdo que bajo el anterior gobierno talibán [los talibanes estuvieron en el poder entre 1996 y 2001, nota del editor], durante cinco años no se me permitió trabajar, tuve que quedarme en casa. Arruinaron cinco años de mi vida”, enfatiza.
Fariba es voluntaria en un hospital de Herat. Desde que se separó de su marido, vive con su hermano, su hija y sus dos hijos. Sin televisión ni radio, ir al hospital es su única escapatoria. A veces se lleva a su hija con ella, para sacarla de casa un rato.
“Veo a mi hija llorar todos los días y sé por qué. Quiere estar sola, no quiere ver a nadie, se enfada por nada. Acabó tragando medicamentos porque estaba muy alterada”, cuenta.
Aumentan los suicidios
Según el psicólogo, es imposible dar cifras precisas porque las estadísticas son erróneas: explica que los talibanes no dejan que los médicos registren los casos de suicidio porque no quieren que el mundo sepa que la tasa de suicidio se está disparando en el país.
Pero dice que cada vez más mujeres acuden a él, bien porque se lo están pensando o porque ya lo han intentado y sus familias quieren que hablen con un profesional.
“El número de pacientes con problemas de salud mental ha aumentado, especialmente las mujeres que han intentado suicidarse. En otros países, cuando quieres estar sano, el gobierno y la familia te apoyan, las mujeres suelen tener trabajo y no hay matrimonios forzados. En Afganistán, las tensiones suelen estar relacionadas con la violencia sexual en el hogar, lo que constituye una de las razones por las que aumentan los casos de suicidio”, explica.
Alí señala que hay muchos factores que hacen que las mujeres caigan en la depresión: no poder trabajar, el miedo por el futuro de sus hijas, la violencia doméstica. “Pueden ser necesarias algunas consultas para que las mujeres confíen realmente en nosotros”, dice, “porque durante las primeras visitas, los familiares suelen estar presentes, lo que no les permite confiar en nosotros con total discreción”, añade.
Opciones impensables
El entorno en el que viven las mujeres se ha vuelto más amenazante para las jóvenes. Desde que los talibanes llegaron al poder, muchas ONG locales e internacionales han observado un aumento de los matrimonios infantiles, precoces y forzados en Afganistán. Uno de los factores de este aumento es la crisis económica y humanitaria.
Con un niño enfermo que mantener, Mubarak, una madre de 30 años, quiere vender a su hija de 10 años. “Quiero usar el dinero que obtenga de su venta para mi hijo. El marido que hemos encontrado para ella es sordo. Pero no tenemos elección. Tenemos que sacrificarla para poder llevar a nuestro hijo a un médico en Kabul o Pakistán”, dice.
No tiene elección, dice, es su único hijo. “Quiero tanto a mi hijo. Es muy importante. Los varones van a la escuela, van a trabajar a Irán y envían dinero a sus familias para tener una vida cómoda. Las chica son de otros. Se van a vivir con sus maridos”, dice.
No es la única que ha tomado esta decisión inimaginable, a veces por muy poco dinero. Rabia entregó a su hija de 12 años en matrimonio para devolver los 50.000 afganos (unos 550 euros) que le había prestado un hombre de 40 años. “No me alegro de haberlo hecho, no está preparada para quedarse embarazada ni para ocuparse de una casa. Tomé esta decisión porque nos estábamos muriendo de hambre, por mis otros hijos”, confiesa.
La pérdida de puntos de referencia básicos, la pobreza extrema, los destinos rotos, son factores que empujan a las mujeres a considerar lo peor. Una de las únicas esperanzas que tienen algunos de ellos hoy en día es la de poder salir algún día del país en el que no pueden vivir con plenitud.
*Todos los nombres han sido cambiados por razones de seguridad.
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