Tras cinco largos años de restauración, el Big Ben londinense, probablemente el reloj más famoso del mundo, saldrá oficialmente de su silencio el domingo para volver a marcar el ritmo de los días en la capital británica.
Con su inmensa campana de 13,7 toneladas, el gran reloj que domina el Parlamento británico retomará su actividad habitual tras una minuciosa limpieza de las más de 1.000 piezas que componen su mecanismo.
En agosto de 2017, una multitud se congregó en Westminster para escuchar los últimos tañidos de sus cinco campanas de hierro fundido. Algunos incluso derramaron una lágrima.
Muchos volverán a reunirse allí el domingo a las 11H00 GMT para oír de nuevo el sonido de este símbolo de Londres: su carillón de cuatro campanas volverá a sonar cada cuarto de hora mientras la campana principal lo hará cada hora, como durante los 158 años anteriores a la renovación.
La fecha coincide con el domingo siguiente al 11 de noviembre, día en que el Reino Unido conmemora el armisticio de la Primera Guerra Mundial.
En los últimos cinco años, el Big Ben sonó en contadas ocasiones al utilizar un mecanismo eléctrico sustitutivo, la última para el funeral de la reina Isabel II, fallecida en septiembre.
«El sonido de Londres»
En lo alto de la «torre isabelina» del palacio de Westminster, de 96 metros, las campanas están protegidas por una red exterior para evitar la entrada de murciélagos y palomas.
Desde allí, la vista de Londres es espectacular, pero los tres relojeros responsables del Big Ben no tienen tiempo de disfrutarla.
Ian Westworth, de 60 años, y sus colegas están ocupados ultimando las pruebas finales y asegurándose de que todo funciona correctamente tras una renovación de 80 millones de libras (93 millones de dólares).
«Vuelve el sonido de Londres», dice Westworth durante una visita matutina al campanario.
«Estas campanas han sonado atravesando las guerras», subraya, con asombro por todas las transformaciones que han presenciado de la ciudad.
La «torre isabelina», el nuevo nombre que se dio en 2012 a la torre del reloj con motivo del jubileo de diamante de la monarca, fue construida en la década de 1840.
En aquel entonces, sin tráfico ni rascacielos, «en una noche tranquila se podía escuchar (el Big Ben) hasta 24 km de distancia», recuerda el relojero.
Imitar las luces victorianas
La restauración implicó limpiar y pintar los brazos y los martillos pero las campanas no se movieron.
La campana principal, el Big Ben, es tan grande que para moverla habría que levantar todo el suelo del campanario.
La parte más complicada fue desmontar el mecanismo del reloj de 11,5 toneladas, que data de 1859, para limpiarlo.
Además, 28 luces LED iluminan ahora las cuatro esferas del reloj, con colores que van del verde al blanco para asemejarse lo más posible a las luces de gas de la época victoriana.
Otra luz más grande, de color blanco, fue situada encima de las campanas para indicar cuando el Parlamento está en sesión.
Un símbolo de estabilidad
Antes de la renovación, los relojeros comprobaban la exactitud de la hora al utilizar sus teléfonos. Ahora el reloj se calibra por GPS.
Pero el método para ajustar la hora sigue siendo muy tradicional: se utilizan monedas antiguas para añadir o quitar peso a los gigantescos muelles del reloj, lo que permite ganar o perder un segundo.
En el campanario, durante las pruebas previas, hay que ponerse tapones y orejeras para proteger los tímpanos cuando se acerca cada nueva hora en punto.
Son las siete de la mañana y el Big Ben, símbolo de estabilidad en un contexto político británico caótico, resuena siete veces con estruendo.
Aunque ensordecedor, el inconfundible tañido es también una señal de estabilidad tras unos años de gran agitación política en el Reino Unido y mientras el resto del palacio de Westminster se cae a pedazos. El impresionante complejo gótico a orillas del río Támesis precisa una inmensa renovación general pero las disputas políticas sobre su elevado coste la retrasaron.
Mientras tanto, Westworth y su colega Alex Jeffrey, de 35 años, siguen concentrados en su trabajo: cuidar de los 2.000 relojes del Parlamento británico. «Es el mejor trabajo del mundo», asegura el más joven.
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