Los padres de Lourdes la llevaron a ver una psicóloga cuando tenía 6 años.
Cada uno se sentó en un extremo del sofá y ella en la mitad.
-Queremos contarte que eres adoptada, dijo la doctora mirándolos desde su sillón.
-Ya sabía, respondió la pequeña Lourdes.
Los adultos se miraron “aterrados” mientras Lourdes se paró del sofá y se entretuvo con los juguetes del consultorio.
La niña era la única persona afro de toda su familia, así que no fue una sorpresa que lo supiera. Lo que quedó claro ese día es que afrontar una adopción interracial en Colombia, a principios de los años 80, significaba sortear desafíos que ninguno pudo prever.
Un secreto a voces
Desde pequeña Lourdes supo que había algo que no encajaba del todo en su familia.
“Tengo un recuerdo caminando por el centro de Bogotá. De una mano me llevaba mi mamá y de la otra mi papá. Yo veía mi mano morenita encima de una mano blanca, inmaculada, y otra mano trigueña. Eran las manos de mis papás, pero era obvio que no eran como las mías, yo sabía que era distinta.”, recuerda Lourdes.
Aunque era un tema que la inquietaba, no pasaba a mayores porque en su casa todo era normal. Ella sentía que pertenecía a su familia, que sus padres Yamely y Augusto la querían y la defendían.
Hasta que entró al colegio. Era católico, femenino y dirigido por monjas.
Fue ahí en donde Lourdes conoció por primera vez la discriminación y el racismo.
“Empecé a ser más consciente de que era adoptada porque los demás me lo hacían notar”.
Yamely, su mamá, trabajaba como profesora en el mismo colegio y aunque buscaron mantenerlas alejadas para hacerle la vida fácil a la niña, se supo que eran madre e hija.
“Mis compañeras me decían ‘¿usted de quién es hija?’. Entonces lo que era normal y natural para mí en mi casa, no lo era para el nuevo entorno”, dice Lourdes.
Pero no era solo un tema entre niñas. Cuando Lourdes estaba en tercer grado, una profesora la empezó a tratar diferente al resto. La sentaba en el último puesto, no le revisaba las tareas y un día se refirió a ella como “la negrita esa”.
Yamely se enteró, habló con la profesora y puso una queja oficial. “Mi mamá siempre tuvo una actitud muy de leona al defenderme”, recuerda Lourdes.
Con los años y con el acompañamiento de su familia, Lourdes fue armando el rompecabezas de su historia de adopción. Pero su apariencia física siempre quedaba como un tema pendiente.
Mentir para encajar
Lourdes fue, durante la mayor parte de su vida, la única persona afro en su familia y sin embargo fue un tema del que no se habló directamente.
“Se qué tuvo que haber sido duro, traté de protegerla lo más que pude, pero igual sufrió discriminacion”, dice su mamá, Yamely.
Ella quería que el tema no fuera un tabú, que Lourdes lo sintiera lo más natural posible. Quizás por eso no se lo mencionó.
“Yo no fui consciente del tema del color de piel. Acepté a mi hija y punto. Yo siempre buscaba que no se hiciera alusión a eso”, agrega.
Lourdes recuerda que escuchó comentarios racistas que la hacían cuestionarse. No eran directos hacia ella, pero algo le decía que no estaban bien.
“Mi papá alguna vez dijo que los negros servían era para los deportes, por ejemplo, creo que no era consciente de que estaba siendo racista”
Era como una contradicción, escuchar algo así, pero sentirse amada y respetada por su padre al mismo tiempo.