Los brasileños dejaron todo a un lado este jueves para alentar a su selección de fútbol en la victoria ante Serbia por 2-0, en su estreno en Catar-2022, triunfo que alimenta la ilusión del preciado hexacampeonato.
La vistosa victoria de la “Canarinha”, con dos goles de Richarlison, fue el broche de oro a la fiesta montada en la famosa playa de Copacabana, en Rio de Janeiro, donde miles se aglomeraron en un ‘fanfest’ para ver al equipo liderado por Neymar Jr.
Bikinis, camisetas de Neymar, tops de lentejuelas y hasta tacones verdes y amarillos… todo era alusivo a la “Seleção” en la arena y también entre quienes, desde la calzada de la avenida costera, seguían el partido en las pantallas de bares.
Con los dos goles del equipo dirigido por Tite, el primero de ellos a los 62 minutos, algunos brasileños como Milton de Souza, de 58 años, pasaron zozobra con la demora del primer gol.
“Hay que tener paciencia, porque la Copa es la Copa”, dijo a la AFP este jubilado de Pernambuco (noreste), que, de vacaciones en Rio, revolvía preocupado una caipirinha.
De Souza, que vestía una camiseta polo verde y amarilla, cree que Brasil tiene “chances” de volver a ser campeón este año, pero no la copa asegurada.
El primer tiempo tibio dio paso a una segunda mitad del partido de algarabía y fiesta en Copacabana, con fuegos artificiales y una alegría que el obrero Benildo Ferreira no podía disimular.
“Estaba preocupado, pero Brasil va a llegar a la final y la va a ganar”, dijo este hombre de 51 años, que vestía la camiseta alternativa azul de la selección y seguía el partido sobre la calzada de la avenida costera.
También en otras ciudades del país, brasileños de todas las edades, familias y grupos de amigos, llenaron bares para acompañar el debut de la “Canarinha”.
“Una enfermedad”
Luego de un largo período de tensión política por la elección presidencial en octubre, la “fiebre” mundialista comenzó a imponerse, consideró Giselle de Freitas, una vendedora ambulante de 41 años que vendía en Copacabana lentejuelas, tiaras y otros accesorios verdes y amarillos.
“La gente se resistió un poco, esperaron para comprar encima de la hora, debido a cuestiones políticas”, explicó.
El presidente electo Lula da Silva incentivó a los brasileños a que vistieran “con orgullo” la camiseta de la selección de fútbol para “apoyar juntos a Brasil”, después de que en los últimos años el dirigente Jair Bolsonaro identificara los colores nacionales a su movimiento ultraderechista.
El centro de Rio, en tanto, se convirtió en una pequeña ciudad fantasma mientras se disputaba el partido.
Los pocos presentes tenían su atención puesta en Catar, como Kaua Suarez, un vendedor de perros calientes y cerveza de 19 años, que estaba apiñado con tres clientes alrededor de un teléfono celular apoyado sobre su carrito de comida.
“Tenía que trabajar, entonces me las rebusqué para mirar el partido de cualquier manera”, dijo este joven, que aseguró que planea hasta el final de la Copa “ver todos los partidos, sin importar el horario”.
Osvaldo Alves, un portero de hotel, se resignaba.
“Estoy trabajando, no tengo paciencia para mirar el partido”, dijo este hombre de 74 años, que vestía un uniforme con una chaqueta roja brillante.
“El país siempre se para cuando hay un partido. Miramos fútbol y a nosotros no nos cambia nada. Es una enfermedad que tiene Brasil, el brasileño es muy fanático del fútbol”, agregó.
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