Acaba de ser remolcado por el río Guadalquivir desde Sanlúcar de Barrameda, en la costa sur de España, a donde llegó dos días antes. A bordo, 18 tripulantes hambrientos, sedientos y desorientados.
El barco en cuestión es la nao Victoria y al frente de aquellos marinos está el español Juan Sebastián Elcano. No era su objetivo inicial, pero acaban de pasar a la historia: han logrado dar por primera vez una vuelta completa alrededor del mundo.
Cualquiera imagina que lo primero que hacen aquellos marinos es salir a festejar. Sin embargo, lejos de vanagloriarse, se dirigen, descalzos, a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la Catedral de Sevilla. Quieren cumplir una promesa. La que hicieron en los peores momentos de su travesía.
Porque tales han sido las penurias que han atravesado estos hombres que, más allá de la gloria, la simple supervivencia es el mejor de los premios. Acaban de lograr una hazaña difícilmente imaginable a bordo de un barco que, durante tres años, ha sido lo más parecido a una cárcel.
Viajemos tres años atrás para conocer qué pasó en aquellas naves.
“Llega a pagarse medio ducado por una rata”
Todo comienza el 10 de agosto de 1519 cuando cinco embarcaciones y unos 250 hombres, capitaneados por el portugués Fernando de Magallanes, parten de Sevilla.
A bordo de los barcos hay comida y bebida para dos años.
“Llevan carnes y pescados en salazón, verduras frescas, fruta, quesos, manteca, pan, aceite, vinagre y especias. También hay membrillo, aunque es de uso casi exclusivo de los oficiales”, le cuenta a BBC Mundo Lola Higueras, exdirectora técnica del Museo Naval de Madrid.
Una dieta variada que, sin embargo, dura apenas unos meses, ya que no existen suficientes medios para conservar los alimentos y estos se van pudriendo.
“El pan se agusana muy pronto, con lo cual ya casi comen más gusanos que pan. Es una cosa monstruosa”, apunta Higueras.
La falta de suministros comienza a hacer mella y, tras alcanzar el Pacífico, la situación no hace sino empeorar.
Desconocen la longitud de este océano y con el paso de los días muchos tripulantes comienzan a morir de hambre.
Otros, en su desesperación, echan la vista al suelo buscando el único animal vivo que resiste: las ratas.
“Llega a pagarse medio ducado (la moneda de entonces) por una rata”, relata el historiador Pablo Emilio Pérez-Mallaina.
Este alimento tan desagradable se convierte entonces en un auténtico manjar. Y en un elemento de salvación como veremos más tarde.
Pero las ratas también se acaban y la expedición sigue sin encontrar tierra. Es entonces cuando, a la desesperada, un último elemento entra en la dieta de los marinos.
“Se llegan a comer el cuero que protege los palos del trajín de las velas. Se lo comen ablandándolo en agua de mar y, a veces, sobreasándolo un poquito al fuego”, señala Higueras.
Sedientos en una “cárcel” de agua
El hambre desgarradora no es el único quebradero de cabeza a bordo de estos pequeños navíos. La sed se convierte también en protagonista de las conversaciones de estos valientes.
El agua comienza a pudrirse también a los pocos meses y “se buscan soluciones imaginativas para recoger el agua de la lluvia con las velas”, como explica Lola Higueras. Pero no siempre llueve, ni el agua que recogen es suficiente para tantos tripulantes.
De ahí que algunos marinos no resisten más y lanzan sus cubos al mar para aliviar sus gargantas con agua salada. “Esto les genera una serie de cólicos tremendos“, indica el historiador Carlos Martínez.
Sedientos, encerrados en un barco rodeado de agua y sin poder beber porque probablemente enfermen: una tortura mental que se repite día a día durante muchos periodos de la travesía.
Sin agua, la única bebida que hidrata mínimamente es el vino, aunque está muy racionado y llega a causar disputas entre los navegantes. Pero incluso este manjar acaba también pudriéndose.
Imágenes e información brindada por https://www.bbc.com/mundo