Conciliar una agenda ambiciosa, reformista, que presume de histórica, con una grave crisis económica.
Ese es el punto de partida de Gustavo Petro, quien este domingo se convertirá en el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia.
Exguerrillero, economista, exalcalde de Bogotá y durante dos décadas prominente congresista, Petro llegó al poder gracias a su propuesta de cambiar de fondo a este país desigual y violento.
El suyo es quizá el plan de gobierno más ambicioso que haya llegado al poder. Propone cambios estructurales en los sistemas laboral, pensional, de educación y de salud. Aspira a aprobar la anhelada y polémica reforma agraria. Quiere volcar la economía hacia una producción limpia y no extractiva.
Petro, sin embargo, se encuentra un país en crisis que limita su margen de maniobra: la pobreza, la desigualdad, la inflación, el valor del peso, el endeudamiento y los déficits fiscal y de cuenta corriente están en rojo. Una anomalía para una economía tradicionalmente estable.
A eso se suma el contexto internacional, donde las grandes economías están al borde de la recesión, la inflación está disparada y el aumento de tasas de interés en países desarrollados está golpeando a las economías emergentes como Colombia.
Desde que fue elegido, Petro se ha dedicado a calmar los miedos de que su agenda izquierdista puede traducirse en expropiaciones, gasto público desenfrenado o acorralamiento del sector privado.
Para eso, forjó alianzas con los partidos políticos tradicionales, artífices del actual modelo colombiano, y nombró ministro de Hacienda a un reputado profesor de corte socialdemócrata que trabajó una década en la ONU y ocupó dicho ministerio hace 25 años, José Antonio Ocampo.
“No voy a proponer locuras ni voy a aceptar locuras”, le dijo Ocampo al diario El Tiempo esta semana. “Modestia aparte, mi nombramiento es parte de la credibilidad que tiene el nuevo gobierno del compromiso de mantener la casa en orden”.