El 15 de abril de 2019, un gigantesco incendio arrasó la catedral de Notre-Dame en el corazón de París. El techado, parte de la bóveda, el reloj y, sobre todo, la magnífica aguja diseñada por Viollet-le-Duc, no sobrevivieron al incendio. Desde entonces, se inició un titánico proyecto de reconstrucción, con una primera fase de aseguramiento del edificio que duró dos años. Desde el verano pasado, por fin se han podido iniciar las obras de restauración.
Tres años después, las causas de la catástrofe siguen sin determinarse. Y dada la magnitud de los daños causados por el incendio, es muy probable que nunca lo sepamos. Esto es al menos lo que anunció el miércoles 13 de abril una fuente cercana a la investigación. En cualquier caso, desde junio de 2019, es decir, desde el final de la investigación preliminar, la pista accidental es ampliamente favorecida.
Se ha hablado de una colilla no apagada correctamente por los obreros que trabajaban en las obras de reforma de la catedral. También se ha mencionado la posibilidad de que se produjera un cortocircuito eléctrico o que las baterías de litio se incendiaran. Pero no se han encontrado pruebas que confirmen estas hipótesis.
Entre el derrumbe de la aguja, el techado, el armazón y parte de la bóveda, los investigadores tuvieron que buscar pistas entre varios cientos de metros cúbicos de escombros. También tuvieron que esperar a que se retiraran los andamios que rodeaban la catedral, que se habían colocado antes del incendio para las obras de renovación. Una maniobra especialmente delicada que tomó seis meses.
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