Desde tiempos ancestrales, el Sol ha sido objeto de una fascinación inigualable. Las imágenes que capturan su brillo constante y su energía desbordante, con un aspecto que recuerda a una bola de fuego, han llevado a muchas personas, desde los antiguos astrónomos hasta los curiosos de la era digital, a preguntarse: ¿cómo es posible que el Sol “arda” si en el espacio no hay oxígeno?
Contrariamente a lo que muchos podrían pensar, el Sol no arde como una hoguera aquí en la Tierra. Para que haya fuego, se necesita oxígeno atmosférico libre, un elemento que abunda en nuestro planeta, donde compone el 21 % de la atmósfera. En cambio, el espacio, conocido por su vacío casi absoluto, contiene cantidades ínfimas de oxígeno, insuficientes para cualquier tipo de combustión tradicional.
Combustión en nuestro planeta
Tomemos como ejemplo la combustión de un pedazo de papel, que al encenderse con una cerilla inicia un proceso donde los átomos del papel, ricos en carbono, hidrógeno y oxígeno, reaccionan con el oxígeno atmosférico. Este encuentro produce dióxido de carbono y agua, liberando energía en forma de calor y luz. Este proceso se conoce como combustión.
¿Qué es entonces lo que hace que el Sol siga ardiendo?
El Sol opera bajo un mecanismo completamente distinto llamado fusión nuclear, un proceso que ocurre sin necesidad de oxígeno. En el núcleo solar, donde la temperatura escala hasta los 15 millones de grados Celsius y la presión es extraordinariamente alta, los átomos de hidrógeno se fusionan para crear helio.
En este impresionante proceso, el Sol transforma 700 millones de toneladas de hidrógeno en 695 millones de toneladas de helio cada segundo, liberando una energía masiva en forma de rayos gamma que, finalmente, se transforman en la luz y el calor que recibimos.
En otras palabras, el Sol irradia luz y calor no porque “queme” algo, como lo haría una fogata, sino a través de reacciones nucleares que ocurren bajo condiciones extremas de temperatura y presión.
Pero, si el Sol no “arde” y el espacio es prácticamente vacío, ¿cómo nos llega su calor?
El calor que experimentamos en la Tierra no es un traspaso directo de calor térmico solar, sino más bien una transferencia de radiación solar. Esta radiación, que abarca la luz visible y otras longitudes de onda del espectro electromagnético, atraviesa el vacío espacial y al interactuar con las partículas de nuestra atmósfera, se convierte en el calor que sentimos.
Aunque el Sol ha consumido cerca de la mitad de su reserva de hidrógeno durante sus 4.500 millones de años de existencia, aún dispone de suficiente “combustible” para seguir brillando durante otros varios miles de millones de años. Este proceso de fusión nuclear no solo es vital para la producción de su energía, sino también explica por qué el Sol no necesita oxígeno para “arder”.
Así que la próxima vez que observe el resplandor solar, recuerde: lo que realmente está presenciando es una formidable reacción nuclear en curso, un espectáculo cósmico de átomos que produce la luz y el calor que sustentan la vida en nuestro planeta.